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Chiloé es la isla más grande de Sudamérica y posee sorprendentes tradiciones culturales. Sus costas del este y el oeste, separadas por los desgastados cerros de la cordillera de la Costa, forman dos mundos totalmente distintos. Hacia el oeste domina un paisaje nativo de playas, dunas y selva lluviosa templada, con grandes extensiones de tierra protegidas en uno de los parques nacionales menos conocidos de Chile. Al este se sitúan las islas del archipiélago de Chiloé, resguardado de las lluvias del Pacífico, donde cada pie cuadrado de tierra arable es cultivado y donde aún se conserva una cultura tradicional basada en la pesca y la agricultura de subsistencia.

 

La historia humana y geográfica de Chile está repleta de episodios de aislamiento. Ninguno es más dramático que el caso de la isla de Chiloé. Aislada de la emergente colonia de Chile central por un vasto territorio de bosques impenetrables y hostiles indios mapuches, los habitantes de Chiloé dependían directamente del virreinato de Lima para obtener provisiones. Un barco llegaba, con suerte, una vez al año, ofreciendo bienes manufacturados a precios astronómicos y provisiones que no estaban disponibles en la isla -es decir, casi todo-, a la vez que compraba los productos locales a valores muy bajos.

 

Durante dos siglos tuvieron lugar transformaciones inevitables. La población española se mezcló con la nativa y todos aprendieron a sobrevivir con los limitados recursos del mar, el bosque y la tierra. Mientras tanto, la orden jesuita se dedicó especialmente a este rincón del planeta, construyendo colegios y más de doscientas iglesias de madera, nueve de las cuales están protegidas como monumentos. Una rica mitología isleña -poblada por extraños gnomos, monstruos marinos y misteriosos barcos fantasmas- es otra característica de la historia singular de Chiloé.

 

Chiloé es una mezcla de la naturaleza más salvaje y desenfrenada con una de las culturas tradicionales más sorprendentes de Latinoamérica. Destacada por sus mariscos, su cultura tradicional, su artesanía y la calidez de su gente, Chiloé es un destino todavía muy poco conocido por los que gustan de las caminatas y la bicicleta, la pesca, las travesías marítimas y la observación de aves.

 

La capital provincial, Castro, caracterizada por sus flotas de buques pesqueros amarillos y llamativos palafitos -casas construidas en vigas sobre las olas- tiene fácil acceso y ofrece un completo rango de servicios turísticos. Visitar las encantadoras islas del archipiélago, en cambio, requiere del uso de un bote o kayak. 

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Isla de Chiloé

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